domingo, 28 de diciembre de 2014

Soliloquio de un slacker

¡Ay que te tiro! Tu no-existencia, chaval, es lo mejor que tienes. ¿Quién dijo que había que llenar la posición ajena? Fuera quien fuera no se merece mi respeto, y ya sabes, sin respeto no hay nada. El respeto como base de todas las relaciones entre ideas, que no humanas. Qué manía con reducir los límites de las ideas, como si los tuvieran, o como si nosotros supiéramos funcionar fuera de esos límites. Uno no sabe si reír o llorar, que decía Robert Burton a su manera mucho más larga y guay. Y es que, ¿cómo explicarlo? Si las ideas son lo que uno necesita mover y rellenar, como piezas de ajedrez vacías por dentro, uno puede acabar dándose cuenta de que tampoco es tan importante rellenarlas. Después de todo, están ahí y ahí van a seguir, sin que el contenido las modifique ni llegue en realidad a tocarlas ni un poquito (piensa en la tradición aquella de la distancia entre los labios y la copa, la imposibilidad de una satisfacción total, etcétera etcétera absurdamente largo). Y si lo importante son las ideas y somos (por lo visto) incapaces de funcionar sin una cierta ilusión de contenido, entonces es totalmente irrelevante que ese contenido tenga o no tenga referente en la realidad. Quítale el referente y dale uno falso, es lo que quiero decir. Ahora que me dirás que ésto implica un cierto cerrarse y una sensación como de claustrofobia y de baúl y yo te responderé tan alegremente que sí señor. Piensa en el universo aristotélico. Tan cerrado y armonioso y cómico. Si uno corta los hilos que unen toda forma con todo referente, ¿acaso no puede vivir en un universo igual? O más o menos igual. Fíjate, control exacto y frío de fuerzas, un poco más frío, un poco más caliente, nunca se necesita fontanero (el fontanero es una metáfora para el pene de los psicoanalistas).
Y exactamente, no tengo ni idea de si tienes referencialidad o no. Date cuenta de lo espontáneo que soy; no lo sería si te considerara algo distinto y desordenado, chaval. Te tengo dentro, y si hay algo fuera pues que esté, que no es exactamente asunto mío.