viernes, 14 de marzo de 2014

Circunloquios sobre el pesimismo.

Pesimismo. Palabra. Significado. La RAE dirá algo, seguramente. Algún filósofo tirado por ahí dirá otra cosa. Contratad a alguno. Que os lo defina. Dialéctica del pesimismo. Esencia del pesimismo. Existencia del pesimismo. Llenaos, aseguraos, tranquilizaos. El pesimismo está ahí, quizás incluso dentro, pero no del todo dentro. El pesimismo es una cosa definida y reductible, ¿no? Sí señor. Es un polígono, con suficientes lados para no tener vértices, como hecho de velcro. Se pega a las cosas como una lapa pero siempre externo, ajeno, invasor. En palabras de Dodds, o de los griegos de Dodds, es un dáimon; es una cosa que viene de fuera y que toma el control por nosotros o por las cosas mientras el Qué invadido se ve reducido al papel de espectador y pierde completamente el control.
¿Significa ésto que ya está en Homero? Quizá. Prefiero no meterme en esos líos. Hesíodo es más sospechoso. Con él, toda la mitología griega. Quizás todas las mitologías. El hombre abajo; el dios arriba; el destino encima; todo en su lugar, y si trata de cambiar, toca ser Prometeo o Hiperión o Satán o Syd Barrett. Un fracaso controlado por la dialéctica neurosis - esquizofrenia (No usados en su sentido médico, claro; aquí la neurosis es la obsesión entendida como fuerza conservadora, que mantiene y desarrolla los lenguajes y valores de cada cultura; y la esquizofrenia como fuerza destructora, antisocial, estilo thanatos freudiano, que aparta y despedaza y al mismo tiempo aísla al huraño agresivo insocial enfermo que, como diría Philip K. Dick, "sólo es capaz de ver las cosas bajo el signo de la eternidad", o "sólo es capaz de ver una de las direcciones del tiempo"). ¿Quizás por eso fue Momo expulsado del Olimpo, mientras que Dioniso no? Prometeo, el orgullo constructor, la rebelión del genio; Dioniso, la locura controlada, la explosión siempre interna; Momo, el tipo raro, la explosión destructora, el ataque gratuito, el dios que se quita la máscara. Y quizás me digáis: ¿De qué coño estás hablando? ¿Por qué estás hablando de mitología en una reflexión sobre el pesimismo? A lo que yo, un poco escéptico sobre las ideas Schlegelianas del mito como base y origen del lenguaje (No lo suficiente como para permitirme no mencionarlas), responderé: Porque es divertido. Porque facilita mi comprensión. Porque permite un curioso grado de comunión. Porque saca a la luz el estrato irracional y cambiante de las ideas fijas, por tanto muertas (Artaud).
¡Fuera todo ésto! El primero del que podemos afirmar sin lugar a dudas que fue uno de los grandes pesimistas seguramente sea Heráclito, pronto seguido por ese escéptico corrosivo y radical que fue Platón y por ese hombre desesperadamente lógico que fue Aristóteles.
¿Qué decir? Heráclito despreciaba, con toda su alma. ¿Y qué despreciaba? Todo, probablemente. Sería absurdo explicar su doctrina, pero su actitud ante su auditorio siempre era altiva, despreciativa; y quizás podríamos afirmar lo mismo sobre su actitud hacia la humanidad. Pero no nos perdamos sobre un autor que no entendemos.
Apolo. Apolo, más terrible que Dioniso, más doloroso que la disociación. Apolo, el enigma; Apolo, la esfinge; Apolo, el minotauro. Apolo, la obsesión; Apolo, la realidad perseguida con un hilo perdido. Apolo, el oráculo. Apolo, el sabio. Apolo, el de Lacoste. Sí, le llevo la contraria a Nietzsche: Creo que Apolo no es una fuerza unitaria y formadora, sino, al contrario, el máximo error en el orden de Zeus, el mayor agujero, el ser al mismo tiempo necesario y autodestructivo. El ermitaño loco que sabe demasiado. El más tramposo: El incomprensible que finge no serlo, el engañador que muestra siempre signos de una posible solución. El enigma sobre el cuál no hay ni respuesta ni pregunta, por acortar. Y, por supuesto, el padre de la filosofía.
¡Platón! Qué fracaso ha sido. Platón, el eterno malentendido. Platón, el padre múltiple, el monstruo de veintiún rostros; ¿quién puede afirmar con toda sinceridad que comprende a Platón? ¿Quién puede afirmar con seguridad que la misteriosa teoría que algunos han sacado de sus escritos se correspondía en algo con los pensamientos de alguien capaz de llevarse la contraria una y otra y otra y otra vez? ¿Es Platón Sócrates, o es Sócrates Sócrates? Su escepticismo, su acidez, su ironía, su ataque a la apariencia, su desconfianza casi sistemática; la ironía socrática, ilustrada, partera, la que trata de engañar a Apolo jugando dentro de sus propias reglas. El padre del decepcionante pesimismo barroco (¡vanidad de vanidades! ¡el hombre, un bruto, una bestia! ¡el vulgo! ¡la maldad del poder!) y quizás, con toda la debida distancia, el padrastro de la ironía romántica.
Aristóteles, Apolo redivivo. Figura curiosa, de una contradicción más neurótica que la platónica. Más sufrido, menos zenoniano (¡NO!, parafraseo a Colli en cuanto a la esencia de toda la filosofía de Zenón, su esencia es el puro y simple ¡NO!, la negación dialéctica de todo lo que puede ser negado (que es, aproximadamente, todo)). Más adentrado, más penetrado por el que hoy llamaríamos principio de realidad, más alejado del mito, más construído, más estructurado, menos irónico y autodestructivo; podríamos incluso, con todo el miedo debido al absurdo de ésta comparación, proclamarle el primer ilustrado en sentido dieciochesco. ¡Hombre universal, sin duda! ¡La obsesión con introducir a Apolo en una posición clara bajo el reinado de Zeus, con el irónico resultado de la intrusión de su lado bromista, mómico, sobre toda forma de orden! Genealogía de un fracaso, quizás. Horror, caos, el monstruo de la cultura occidental (Atrevido sería hablar sobre otras, aunque la actitud zen, la aceptación y sumersión en el absurdo, el enigma del enigma sin enigma, me parece una respuesta fascinante).
Estoicismo: Rendición. Apolo, Dioniso, Momo; los que sean. Que todos entren, pero, por Zeus, ¡qué ordenado está todo! Aunque el orden sea incomprensible. Aunque el orden pueda destruírnos de un plumazo. No más Prometeo, eso sí; no hay ningún orden debajo del orden, así que todo ataque directo a éste sólo puede acabar planeando sobre la nada. Y entonces todos los horrores que nuestro querido relámpago vigila quedan libres. ¡Leed el mito de Pandora! ¡Y ved el final de la escuela de Platón, convertida en la cueva del escepticismo más ácido de todo el helenismo!
El Medioevo. ¿Sigues ahí? Bien. Ya he mencionado el pesimismo barroco, y no es radicalmente distinto. Condenación, sospecha, "existe un orden mas no se cumple y por eso las cosas no funcionan"; búsqueda del arreglo, de la mejora, de la educación moral. Medievo y Edad Moderna, seguramente; el pesimismo de un Hayy ibn Yaqẓān, de un Descartes o de un Gracián. Pesimismo de élite, diríamos con retintín; pesimismo de torre de marfil, pesimismo de lejanía, pesimismo casi aterradoramente moral. Pesimismo reformador, incluso cuando no busca una reforma.
Reforma, reforma. ¡Ilustración! La ironía ilustrada, el pesimismo ilustrado; Voltaire, Diderot, nombres y nombres flotando y siendo curiosamente barrocos. ¿Principio de ordenación? La razón por encima, luego el sentimiento, luego lo que sea, pero el dogma siempre por debajo, por debajo del todo. Prometeo y Apolo son los héroes; a Momo y a Dioniso hay que temerlos, aunque quizás se pueda utilizar a Momo, con cuidado, mucho cuidado, convirtiéndolo en sinónimo del ingenio volteriano. Diderot ya presenta una propensión a la destrucción que no me parece del todo abarcable; su actitud no es muy distinta a la del escepticismo platónico, y hasta parece adelantarse un poco al Romanticismo con obras como El sobrino de Rameau. De todas formas, es mi ilustrado favorito, y uno de los pensadores a los que más fervientemente respeto, así que no puedo ser muy objetivo sobre él.
Y, mientras tanto, la novela gótica. El "lento deslizamiento hacia la tragedia". La búsqueda de imágenes, de una representación nueva del horror; Walpole, Cazzotte, Shelley, junto con la curiosísima y esquizofrénica figura del Vathek del, hm, excéntrico William Beckford. ¿Tiene sentido volver a mencionar a Dioniso? Pues acabo de hacerlo. Reentrada de Dioniso, nueva forma de representación de la disociación, de los horrores del fatum. Prometeo se desencadena un poquito, normalmente escondido en las figuras más malvadas de lo gótico, como el Zastrozzi de Bysshe Shelley.
Pam, pam, romanticismo. En parte "pam, pam" es quizás la mejor definición del movimiento. No me creo que nadie haya llegado a comprender totalmente los orígenes y componentes de éste extraño movimiento. Por el amor de Apolo, parece que hay una especie de gigantesca brecha entre el barroco/ilustración del siglo XVIII y el Romanticismo del temprano XIX. La aparición de la ironía romántica, quizás la máxima expresión del pesimismo, de la desesperación, de la oposición contradictoria a todo componente de la realidad. La realidad insuficiente. La realidad incomprensible. La realidad, horrible por sí misma. La reentrada triunfal de todos los dioses expulsados, el despertar de los dioses dormidos. Byron es Prometeo; Hoffman es Dioniso; Jean Paul es Momo; Hölderlin es Apolo. Y todos son todos ellos al mismo tiempo. Y la realidad se presenta en una luz totalmente distinta, en una sombra de cantos duros y poco menos que físicos. Y el pesimismo ya no es tanto algo externo como algo interno y esencial, una característica que no sólo impregna sino que define toda la realidad y todas las relaciones en ella. Y el recurso último, la fantasía, la teología blakiana, las delicias de la dialéctica, la suma de contradicciones, la amistad de la oposición: Todo ésto sólo sirve hasta cierto punto. Creo que no es imposible que la que quizás fuera la época más fecunda de la literatura occidental se deba a la interacción entre resistencias. Una dialéctica contrita y desesperada gritada a todos los cielos (Hölderlin y el Hiperión; "nos habríamos saltado siglo y medio si Marx hubiera leído el Hiperión", decía creo que Thomas Mann. La vigilia dolorida y excesiva de Von Kleist. El carnavalismo controlado de Hoffman. Etcétera).
A partir de ahí, nada fue exactamente lo mismo. Da la impresión de que el Romanticismo es algo que estuvo siempre de alguna forma enterrado. Estoy idolatrando demasiado a algo que probablemente ya estaba totalmente formado con Shakespeare y quizás incluso con Marlowe, pero adoro esas décadas.
El realismo que nunca fue.
El naturalismo que nunca se tuvo claro lo que fue.
El delirio polimórfico del juego vanguardista.
La herida supurante que parece haber en las profundidades del siglo XX.
¿Qué implica todo ésto?
Quizás nada en particular. La paranoia es una flor en el cerebro, una de mis citas preferidas, de Jonathan Lethem. Quizás el pesimismo sea una forma de captar la realidad, quizás sea una forma de resistencia, quizás sea una interacción entre la realidad y el orden, quizás sea una chispa, un choque, una búsqueda desesperada. El siglo XX es complicado como él sólo, y a ver el XXI. Más incluso que el XIX, que ya le vale. Más incluso que los anteriores, que ya les vale. Vuelve todo, entra todo, todo reclama su lugar. Cosas nuevas y cosas viejas. De los dioses griegos a la mitología punk. Dios como dominátrix, en la cima del cielo swedenborgiano; la sociedad como conjunto sadomasoquista, unida por un erotismo que mezcla sus formas sanas con sus formas "enfermas". Tantas cosas que vuelven que a ver cómo sabemos las que son nuevas y las que no. El pesimismo como forma generalizada, en una forma distinta; el pesimismo como forma de vida, quizá, desprovisto de adjetivos, sea heroico posmoderno comatoso barroco cualquier cosa.
No hay conclusión, claro. Ya lo he dicho; son circunloquios. La complejidad de las cosas me provoca úlceras, pero no lo querría de otra forma. La ventaja que tiene Apolo es que es jodidamente divertido. Más que Dioniso, pero shhhh. Más que Prometeo, más incluso que Momo. La paranoia, ya se ve; la paranoia en cuanto que fuerza dominante, mayor arma tanto del pesimismo como contra el pesimismo.
¿Y qué más?
Pues que, si el pesimismo es un dáimon, seguramente la noción de dáimon ya no tenga ningún sentido.
El colapso de la metanarrativa. Quizás la metanarrativa fuera un dáimon, otra especie de autoimposición ni exactamente interna ni exactamente externa, un virus tomando el control de los mareos de la historia. Ni nos hemos librado ni no nos hemos librado. Pero somos bastante conscientes de que hay, como, algo ahí. O quizás no. No lo sé, hablo como si supiera mucho sobre ésto, pero mis contactos son controlados y escasos y casi puramente literarizados.
Maldita sea, me voy a corear a Zenón un rato y gritar que NO a absolutamente todo.
Le echo la culpa a William Gaddis, por darme ganas de poner una especie de orden enfermo a mis ideas, aunque fuera de escasa duración. Discursos hechos sobre nada y llenos de todo interconectado de forma que ya no es nada. Quizás haya que leerlos todos para entender, bueno, algo.
En el próximo programa, examinamos el concepto de quemar caras.