martes, 11 de junio de 2013

Callejuela. David Bowie.

"Ashes to ashes, funk to funky
We know Major Tom's a junkie
Strung out in heaven's high
Hitting an all-time low"

- Ashes to ashes, de David Bowie.


Caminas. ¿Caminas? Caminas.
Estás en, te rodea una callejuela del centro de la ciudad. Una calle pequeña, secundaria, sinuosa, de esas que, si tienen la suerte de aparecer, sólo aparecen en los mapas como una línea fina, ajena, sin ningún rótulo que indique su nombre. De hecho, la calle nisiquiera tiene carteles que indiquen su nombre.
Estás un tanto inquieto, pero no demasiado. Desde luego, no tanto como esperabas. La calle tiene algo que tranquiliza. Y horroriza, pero sobre todo tranquiliza. Claro que quizás el horror provenga justamente de esa tranquilidad. Si pensaras un poco más, quizás se te ocuyera algún absurdo aforismo, como que es la "suprema y beatificadora y vertiginosa tranquilidad de lo que no existe". Y entonces vomitarías un par de medias verdades recicladas sobre el suicidio y la perfección de la ruina. Tus tripas se vaciarían, y el éxtasis, y el ojo medio cerrado, y la mirada afilada, y esa imagen que tanto te obsesiona de ti mismo fumando (tú, que nunca has probado ni probarás un gramo de nicotina), y esa especie de vibración o electricidad o reanimación o vida que durarían varias horas o varios días o varias semanas hasta que finalmente volvieras a sentir la necesidad de vomitar y volvieras a triturar y retorcer y hacer tuyo y de tu (aún sucia por la última fiebre) boca saliera otra aforística pedante estúpida decapitada verdad, y así una y otra vez, una y otra vez, y lo necesitarías como el adicto necesita su jeringa, y lo odiarías como el adicto odia aquello que lo define. Porque odias las definiciones, porque odias las palabras, porque odias los pensamientos; y siempre has sido así, pero eres cobarde y eres débil y te abandonas y te dejas atrapar por ese placer y por esa electricidad y por esa náusea y por ese vaciado hasta que no queda nada o casi nada y finalmente, vacío o medio-vacío, ya listo para comenzar a llenarte de nuevo, al fin puedes sentirte muerto (O, más adecuadamente, vivo).
Pero no tienes interlocutor y nisiquiera tienes ganas de pensar. Últimamente nunca tienes ganas de pensar. Una lástima, un horror, una bendición, pensaríás si aún pensaras. En el fondo te alegrarías. Pero no piensas, así que no te alegras. Y no pensarás, así que no te alegrarás.
Te sientas en el escalón ante el portal ocho de la calle que no existe y esperas.

Corres por la ciudad. Vuelas, quizás. De ti no se ve más que una sombra, un reflejo, una forma en las nubes, una mano en un cuadro.
¿Quién eres? Si te lo preguntaran, no sabrías responder. Nisiquiera podrías. Y de todas formas nunca nadie lo preguntaría.
Eres el rabillo del ojo. Eres el escalofrío. Eres el ultrasonido. Eres aquello que no es pero que se extiende por todo lo que es. Eres pureza. Eres felicidad. Eres delirio. Eres como un rayo de luz blanca que atraviesa un cristal y explota en todas direcciones. Sólo que el cristal no existe. Y el rayo no existe.
Y tú, tú eres lo que menos existe.

Eres David Bowie.
No estás totalmente seguro de cómo has acabado aquí, pero en general nunca estás muy seguro de cómo acabas en ningún sitio.
La verdad es que tampoco estás muy seguro de quién eres. Y, ¿cómo conocer el espacio que nos rodea si no conocemos el espacio que ocupamos? No es la primera vez que pasa algo así; a estas alturas no es que te importe demasiado. Sí, las primeras veces te pilló por sorpresa, pero luego fuiste Ziggy y ya te dio todo igual. Simplemente asumes que hay algo en el espacio que no entiendes, aunque en ocasiones piensas que quizás sea el espacio no te entiende a ti. Quizás el problema sea que, al haber cambiado de identidad tantas veces, has dejado un poco confuso al mundo, y éste ya no tenga muy claro dónde ponerte. "Si Dios existe, que vaya de una vez al oculista", piensas. Y seguramente haya que darte la razón.
Sin nada mejor que hacer, caminas. Si te fijaras un poco más en lo que te rodea, te darías cuenta de que no existe. Te darías cuenta de que estás en una calle pequeña, sinuosa, retorcida, una reliquia del escenario urbano medieval. Y de que la calle no tiene nombre. Y de que no estás sólo entre lo que no es.

—Buenas noches.
—Oh...Oh. Oh. Buenas noches.
Bowie esbozó una contenida sonrisa. Su acompañante, al que decidió llamar Ozzy, esbozó una sonrisa tímida pero cristalina.
—No me he podido evitar fijar en usted. ¿Cómo ha hecho para materializarse? ¿Se ha teletransportado? Si se ha teletransportado, ¿significa eso que se ha disgregado y ahora está muerto?
—Bueno, bueno — La sonrisa de Bowie se ensanchó —, te diría que no estoy muerto, pero mentiría. Aunque no me siento muy muerto, la verdad, sólo un poco aniquilado. Ya son demasiadas veces, me estoy haciendo viejo o quizás lleve demasiado tiempo muerto, y el mundo está tan miope como siempre. Ya lo verás, en cuanto te pierdes de vista el mundo te pierde de vista y entonces todo se vuelve mucho más confuso. Pero también mucho más claro. O simplemente verdadero. La realidad es confusa, supongo. Pero cenizas a las cenizas. ¿Quién eres tú, mi querido Ozzy? ¿Cómo has acabado aquí?
Ozzy cerró los ojos (Algo que Bowie lamentó, pues hacía años que no veía a otro heterocromo), pareció pensárselo un poco, se rindió y simplemente dijo:
—No lo sé. Supongo que estoy aquí porque tú estás aquí, porque hasta ahora no me acordaba de que me llamaba Ozzy. ¿Me llamo Ozzy?
—Por supuesto que te llamas Ozzy, Ozzy. Y yo me llamo David. Y Ziggy, preo prefiero David. Lo que tú y el mundo prefiráis, de todas formas.
Bowie se sentó junto a Ozzy. Hacía frío. Si hubiera viento, seguramente los envolvería como una mortaja. Pero ésto no es Dinamarca, y no puede haber viento fuera de Dinamarca.

De hecho, no se puede decir que corras ni que vueles ni que camines ni que trotes ni que cabalgues ni que nades. Simplemente avanzas. De alguna forma, avanzas. Estas en un sitio, y ahora estás en otro. O estás en un sitio y ahora estás en otros dos. O estás en un sitio y ahora estás en todos los sitios que no son ese sitio. Sea como sea, avanzas. Te derramas. En realidad, nunca has encontrado ningún cristal; eres un haz de luz blanca que avanza en una dirección o en dos direcciones o en todas direcciones.
Pero no existes. Así que no puedes ser de ningún color. Por eso eres de color blanco. No existes, así que no puedes ser de un color que no sea el blanco.
Te derramas. Hace frío.

Bowie y Ozzy se sientan y hablan. Hablan de muchas cosas. Hablan de los viejos y los nuevos tiempos (aunque ninguno tiene muy claro qué significan esas palabras). Hablan de su infancia. Hablan de sus vidas. Hablan de sus amores. Hablan de política. Hablan de filosofía. Hablan de literatura. Hablan de cine. Hablan de moda. Hablan de móviles. Hablan de bolsas. Hablan de música. Hablan de psicología. Hablan de estética. Hablan de hablar. Hablan y hablan y hablan y hablan hasta que ellos mismos se convierten en lo que sale de sus bocas. Hablan y hablan y hablan tanto que no se pueden distinguir de sus palabras y sus palabras no se pueden distinguir de las del otro y se mezclan y las palabras de Bowie suenan con la voz de Ozzy y las palabras de Ozzy suenan con la voz de Bowie. Hablan y las palabras sienten el frío y se encogen y se acurrucan y suenan extrañas, escondidas, reducidas, como si formaran una cúpula cada vez más y más y más y más pequeña en torno a los dos (al único) hablantes (hablante).
Las palabras se van tornando indecisas. Hace demasiado frío. La cúpula es demasiado pequeña.

¿Cómo definirte? Quizás la forma más adecuada fuera utilizando una de esas palabras que sirven para todo y que de hecho se usan para todo, "fuerza".
Pero eres una fuerza atípica. Porque eres una fuerza que no existe. Eres, de hecho, una fuerza que extrae su carácter de fuerza del hecho de no existir. Eres una ausencia. Eres una ausencia que se hace presencia. Eres algo que está ahí precisamente por no estar ahí. Eres algo que sólo puede suceder si no estás. Si no eres. Eres una ausencia, una ausencia móvil que se muestra en todas las presencias. Una ausencia presente. Una falta que existe no como tal, sino como falta. Un no-estar que está. Un no que se hace sí en cuanto que es no. Un cero que se hace uno por el mismo hecho de ser cero.
Hace frío. Avanzas. Quizás lo ocupes ya todo. Quizás no ocupes ya nada. Quizás nunca hayas ocupado nada.

Bowie fue el primero en captarla. Uno no trabaja en la música tantos años sin desarrollar un instinto especial para esas cosas.
En ese momento, las palabras ya no salían. Hacía demasiado frío, y la cúpula era tan pequeña que ya apenas se veía la calle. Bowie volvía ser Bowie y Ozzy volvía ser Ozzy, aunque quedaba la sensación de que algunas cosas habían quedado mezcladas.
Por supuesto, Bowie no se movió. Bowie no confiaba en el espacio. Podía correr durante varias horas y sin embargo seguir exactamente en el mismo sitio. O dar un paso y encontrase de repente a cientos de miles de kilómetros de distancia, en las selvas de Sumatra o sobre la muralla china o en un satélite girando en torno a la Tierra. Bowie se había dado cuenta de que cuando algo importaba lo mejor era no moverse, y el espacio haría lo que le diera la gana.
Ozzy no se dio cuenta. Si de algo se había dado cuenta Bowie es de que su compañero estaba vacío. Sí, al contrario que todo lo que lo rodeaba, existía; pero era un conjunto vacío, un todo sin absolutamente ningún componente, un todo cuya característica esencial era precisamente no tener ningún componente. Posiblemente su único componente fuera el nombre que Bowie le había dado, Ozzy. Y los resultados de la especie de fusión producida durante la conversación.
Bowie sonrió. Hacía frío, pero le daba igual.

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