"Ashes to ashes, funk to funky
We know Major Tom's a junkie
Strung out in heaven's high
Hitting an all-time low"
- Ashes to ashes, de David Bowie.
Caminas. ¿Caminas? Caminas.
Estás
en, te rodea una callejuela del centro de la ciudad. Una calle pequeña,
secundaria, sinuosa, de esas que, si tienen la suerte de aparecer, sólo
aparecen en los mapas como una línea fina, ajena, sin ningún rótulo que
indique su nombre. De hecho, la calle nisiquiera tiene carteles que
indiquen su nombre.
Estás un tanto inquieto, pero no demasiado.
Desde luego, no tanto como esperabas. La calle tiene algo que
tranquiliza. Y horroriza, pero sobre todo tranquiliza. Claro que quizás
el horror provenga justamente de esa tranquilidad. Si pensaras un poco
más, quizás se te ocuyera algún absurdo aforismo, como que es la
"suprema y beatificadora y vertiginosa tranquilidad de lo que no
existe". Y entonces vomitarías un par de medias verdades recicladas
sobre el suicidio y la perfección de la ruina. Tus tripas se vaciarían, y
el éxtasis, y el ojo medio cerrado, y la mirada afilada, y esa imagen
que tanto te obsesiona de ti mismo fumando (tú, que nunca has probado ni
probarás un gramo de nicotina), y esa especie de vibración o
electricidad o reanimación o vida que durarían varias horas o varios
días o varias semanas hasta que finalmente volvieras a sentir la
necesidad de vomitar y volvieras a triturar y retorcer y hacer tuyo y de
tu (aún sucia por la última fiebre) boca saliera otra aforística
pedante estúpida decapitada verdad, y así una y otra vez, una y otra
vez, y lo necesitarías como el adicto necesita su jeringa, y lo odiarías
como el adicto odia aquello que lo define. Porque odias las
definiciones, porque odias las palabras, porque odias los pensamientos; y
siempre has sido así, pero eres cobarde y eres débil y te abandonas y
te dejas atrapar por ese placer y por esa electricidad y por esa náusea y
por ese vaciado hasta que no queda nada o casi nada y finalmente, vacío
o medio-vacío, ya listo para comenzar a llenarte de nuevo, al fin
puedes sentirte muerto (O, más adecuadamente, vivo).
Pero no tienes
interlocutor y nisiquiera tienes ganas de pensar. Últimamente nunca
tienes ganas de pensar. Una lástima, un horror, una bendición, pensaríás
si aún pensaras. En el fondo te alegrarías. Pero no piensas, así que no
te alegras. Y no pensarás, así que no te alegrarás.
Te sientas en el escalón ante el portal ocho de la calle que no existe y esperas.
Corres
por la ciudad. Vuelas, quizás. De ti no se ve más que una sombra, un
reflejo, una forma en las nubes, una mano en un cuadro.
¿Quién eres? Si te lo preguntaran, no sabrías responder. Nisiquiera podrías. Y de todas formas nunca nadie lo preguntaría.
Eres
el rabillo del ojo. Eres el escalofrío. Eres el ultrasonido. Eres
aquello que no es pero que se extiende por todo lo que es. Eres pureza.
Eres felicidad. Eres delirio. Eres como un rayo de luz blanca que
atraviesa un cristal y explota en todas direcciones. Sólo que el cristal
no existe. Y el rayo no existe.
Y tú, tú eres lo que menos existe.
Eres David Bowie.
No estás totalmente seguro de cómo has acabado aquí, pero en general nunca estás muy seguro de cómo acabas en ningún sitio.
La
verdad es que tampoco estás muy seguro de quién eres. Y, ¿cómo conocer
el espacio que nos rodea si no conocemos el espacio que ocupamos? No es
la primera vez que pasa algo así; a estas alturas no es que te importe
demasiado. Sí, las primeras veces te pilló por sorpresa, pero luego
fuiste Ziggy y ya te dio todo igual. Simplemente asumes que hay algo en
el espacio que no entiendes, aunque en ocasiones piensas que quizás sea
el espacio no te entiende a ti. Quizás el problema sea que, al haber
cambiado de identidad tantas veces, has dejado un poco confuso al mundo,
y éste ya no tenga muy claro dónde ponerte. "Si Dios existe, que vaya
de una vez al oculista", piensas. Y seguramente haya que darte la razón.
Sin nada mejor que hacer, caminas. Si te fijaras un poco más en lo
que te rodea, te darías cuenta de que no existe. Te darías cuenta de que
estás en una calle pequeña, sinuosa, retorcida, una reliquia del
escenario urbano medieval. Y de que la calle no tiene nombre. Y de que
no estás sólo entre lo que no es.
—Buenas noches.
—Oh...Oh. Oh. Buenas noches.
Bowie esbozó una contenida sonrisa. Su acompañante, al que decidió llamar Ozzy, esbozó una sonrisa tímida pero cristalina.
—No
me he podido evitar fijar en usted. ¿Cómo ha hecho para materializarse?
¿Se ha teletransportado? Si se ha teletransportado, ¿significa eso que
se ha disgregado y ahora está muerto?
—Bueno, bueno — La sonrisa de
Bowie se ensanchó —, te diría que no estoy muerto, pero mentiría. Aunque
no me siento muy muerto, la verdad, sólo un poco aniquilado. Ya son
demasiadas veces, me estoy haciendo viejo o quizás lleve demasiado
tiempo muerto, y el mundo está tan miope como siempre. Ya lo verás, en
cuanto te pierdes de vista el mundo te pierde de vista y entonces todo
se vuelve mucho más confuso. Pero también mucho más claro. O simplemente
verdadero. La realidad es confusa, supongo. Pero cenizas a las cenizas.
¿Quién eres tú, mi querido Ozzy? ¿Cómo has acabado aquí?
Ozzy cerró
los ojos (Algo que Bowie lamentó, pues hacía años que no veía a otro
heterocromo), pareció pensárselo un poco, se rindió y simplemente dijo:
—No
lo sé. Supongo que estoy aquí porque tú estás aquí, porque hasta ahora
no me acordaba de que me llamaba Ozzy. ¿Me llamo Ozzy?
—Por supuesto
que te llamas Ozzy, Ozzy. Y yo me llamo David. Y Ziggy, preo prefiero
David. Lo que tú y el mundo prefiráis, de todas formas.
Bowie se
sentó junto a Ozzy. Hacía frío. Si hubiera viento, seguramente los
envolvería como una mortaja. Pero ésto no es Dinamarca, y no puede haber
viento fuera de Dinamarca.
De hecho, no se puede decir que
corras ni que vueles ni que camines ni que trotes ni que cabalgues ni
que nades. Simplemente avanzas. De alguna forma, avanzas. Estas en un
sitio, y ahora estás en otro. O estás en un sitio y ahora estás en otros
dos. O estás en un sitio y ahora estás en todos los sitios que no son
ese sitio. Sea como sea, avanzas. Te derramas. En realidad, nunca has
encontrado ningún cristal; eres un haz de luz blanca que avanza en una
dirección o en dos direcciones o en todas direcciones.
Pero no
existes. Así que no puedes ser de ningún color. Por eso eres de color
blanco. No existes, así que no puedes ser de un color que no sea el
blanco.
Te derramas. Hace frío.
Bowie y Ozzy se sientan y
hablan. Hablan de muchas cosas. Hablan de los viejos y los nuevos
tiempos (aunque ninguno tiene muy claro qué significan esas palabras).
Hablan de su infancia. Hablan de sus vidas. Hablan de sus amores. Hablan
de política. Hablan de filosofía. Hablan de literatura. Hablan de cine.
Hablan de moda. Hablan de móviles. Hablan de bolsas. Hablan de música.
Hablan de psicología. Hablan de estética. Hablan de hablar. Hablan y
hablan y hablan y hablan hasta que ellos mismos se convierten en lo que
sale de sus bocas. Hablan y hablan y hablan tanto que no se pueden
distinguir de sus palabras y sus palabras no se pueden distinguir de las
del otro y se mezclan y las palabras de Bowie suenan con la voz de Ozzy
y las palabras de Ozzy suenan con la voz de Bowie. Hablan y las
palabras sienten el frío y se encogen y se acurrucan y suenan extrañas,
escondidas, reducidas, como si formaran una cúpula cada vez más y más y
más y más pequeña en torno a los dos (al único) hablantes (hablante).
Las palabras se van tornando indecisas. Hace demasiado frío. La cúpula es demasiado pequeña.
¿Cómo
definirte? Quizás la forma más adecuada fuera utilizando una de esas
palabras que sirven para todo y que de hecho se usan para todo,
"fuerza".
Pero eres una fuerza atípica. Porque eres una fuerza que
no existe. Eres, de hecho, una fuerza que extrae su carácter de fuerza
del hecho de no existir. Eres una ausencia. Eres una ausencia que se
hace presencia. Eres algo que está ahí precisamente por no estar ahí.
Eres algo que sólo puede suceder si no estás. Si no eres. Eres una
ausencia, una ausencia móvil que se muestra en todas las presencias. Una
ausencia presente. Una falta que existe no como tal, sino como falta.
Un no-estar que está. Un no que se hace sí en cuanto que es no. Un cero
que se hace uno por el mismo hecho de ser cero.
Hace frío. Avanzas. Quizás lo ocupes ya todo. Quizás no ocupes ya nada. Quizás nunca hayas ocupado nada.
Bowie fue el primero en captarla. Uno no trabaja en la música tantos años sin desarrollar un instinto especial para esas cosas.
En
ese momento, las palabras ya no salían. Hacía demasiado frío, y la
cúpula era tan pequeña que ya apenas se veía la calle. Bowie volvía ser
Bowie y Ozzy volvía ser Ozzy, aunque quedaba la sensación de que algunas
cosas habían quedado mezcladas.
Por supuesto, Bowie no se movió.
Bowie no confiaba en el espacio. Podía correr durante varias horas y sin
embargo seguir exactamente en el mismo sitio. O dar un paso y
encontrase de repente a cientos de miles de kilómetros de distancia, en
las selvas de Sumatra o sobre la muralla china o en un satélite girando
en torno a la Tierra. Bowie se había dado cuenta de que cuando algo
importaba lo mejor era no moverse, y el espacio haría lo que le diera la
gana.
Ozzy no se dio cuenta. Si de algo se había dado cuenta Bowie
es de que su compañero estaba vacío. Sí, al contrario que todo lo que lo
rodeaba, existía; pero era un conjunto vacío, un todo sin absolutamente
ningún componente, un todo cuya característica esencial era
precisamente no tener ningún componente. Posiblemente su único
componente fuera el nombre que Bowie le había dado, Ozzy. Y los
resultados de la especie de fusión producida durante la conversación.
Bowie sonrió. Hacía frío, pero le daba igual.
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