domingo, 14 de julio de 2013

Melancholia.


Why do you stare
Do you think that i care?
You've been mislead
By the thoughts in your head


The Endless Enigma (Emerson, Lake & Palmer)

Agujas. Agujas.
La bóveda celestial en su máximo esplendor. Oh, la luna. Luna llena, luna sobre la que tanto se había escrito. Metáforas bellas, metáforas elevadas, metáforas metafísicas, metáforas completamente estúpidas. Poetas, filósofos que ignoran el enorme peligro de la metáfora. La metáfora que invade lo real, que lo ocupa, lo ocupa, lo va llenando hasta substituirlo. La metáfora que se convierte en algo más real que lo que representa. La metáfora que construye y destruye, la metáfora que cambia y dinamiza y al mismo tiempo lo convierte todo en un mundo estático, estático, tan bellísimamente estático, tan elevadísimamente estático, lo estático como metáfora (Oh, la irresistible caída, el vértigo de desearla, la enorme delicia de autocontradecirse, presentar las contradicciones en un discurso multitudinario y reír a carcajadas cuando alguien las hace notar) de lo divino.
Pero agujas. Oh, otra metáfora. Uno no puede evitar reírse. Reírse, reírse de sí mismo y de la raza humana y de absolutamente todo. Reírse, reírse, reírse ante el ridículo que parece (metafóricamente) ocuparlo todo. La risa como metáfora que cura las metáforas. La risa como metáfora que cura las metáforas...
Pero agujas. Agujas. Aunque las agujas sean una metáfora, aunque pensar agujas y aplicar agujas cambie el objeto al que se aplican, el hambre está ahí. Existe. Oh, y tanto que existe.
El planeta Melancholia brillaba. Era un brillo curioso, intenso, azuláceo. Por supuesto que no provenía de él, pero a veces uno no podía evitar pensar que era justo el brillo adecuado a ese nombre (Craso error, dado que probablemente el nombre se le diera a causa del brillo. Metáforas acumuladas sobre metáforas. La escena de Aguirre en que los soldados ven un galeón sobre un árbol, y se preguntan si existe o si es una metáfora de sus deseos. Oh, de qué coño sirve pensar ahora en Aguirre. ¡Mierda de maravilla de película que no se dejará volver a ver...!).
Se estimaba que quedaba alrededor de una hora para el choque (Él lo estimaba, observando por el telescopio, asemejándose quizás a una extraña versión de La ventana indiscreta, observando con morbo sensacionalista el acercamiento del gigantesco planeta).
Pero las agujas. Oh, las agujas. De tanto pensar que eran agujas uno acababa convencido de que realmente le estaban clavando agujas. Miles de agujas. Una tras otra. Una sobre otra. Una provocando que la anterior se clavara con aún más profundidad. Agujas, agujas, y uno se convertía de pronto en un jersey y no tenía que preocuparse porque las agujas no eran más que una parte del proceso de llegar a ser. No debían doler, no debían angustiar; tan sólo ayudaban, tan sólo echaban una mano a la hora de ser y de evolucionar y de convertirse en. Oh, una metáfora peligrosa, pero relajante. De nuevo, el delicioso placer de contradecirse. De sentirse un Nietzsche que se ataca a sí mismo. De martillear y martillear y acabar alcanzándose a sí mismo (Asegurarse de que uno acaba alcanzándose a sí mismo).
Desperezarse y cambiar de postura. Sentir la hierba sobre el rostro, iluminada por el intenso azul de Melancholia (El intenso azul de la luz que pasa por Melancholia). Mirar el reloj y ver que queda media hora y sentir otra aguja (¡Niña, espera un poco que en nada te acabo el jersey! ¡No vayas a coger frío!).
Y entonces hartarse. Levantarse. Saber que es inútil, pero querer disfrutar los últimos momentos (Se detecta metáfora). Saberlo irrelevante, pero desear hacer algo (El protagonista de Ikiru). Saber que se acerca el fin de la metáfora, pero desear crear una nueva (La memoria poética que regresa a sí misma antes de autodestruirse).
Pero sentir como una aguja atraviesa el estómago y lo obliga a uno a tirarse y a retorcerse y a gritar y a chillar y a comer tierra y a babear y a vomitar y a convulsionar y a revolcarse y a enfermar (Vid. Arte).
Entre convulsiones, mirar. Que no haya reloj. Que no haya tiempo.¿Qué implicaría pensar el tiempo sin un reloj? Sin duda se lo pensaría de forma radicalmente distinta, pues los segundos y los minutos y las horas y las matemáticas son una forma de pensarlo y de aceptarlo y de concebirlo (Física cuántica: El objeto cambia al ser observado). Veinte minutos no son la eternidad; veinte minutos son. La ausencia de adjetivos. El ser como ser, en cuanto a que es.
Mirar.
Agujas.
El planeta acercándose lentamente. Lentamente. Suavemente. Trayectoria en espiral (Perversión del divino círculo, dinámico en vez de estático, Cien años de soledad). Minutos. ¿Minutos? (Happy. Happy?, desear reescuchar discos de Oldfield). Si no se piensan los minutos, no hay minutos. Las metáforas requieren ser pensadas para ser. La metáfora es el mundo de Berkeley, el mundo del idealismo subjectivista, el divino y circular y absoluto mundo de las Ideas. ¡Incluso las metáforas del cambio son tan asquerosamente estáticas...!
Agotarse súbitamente. Mirar desafiante al fin. Esperar.
Sentir agujas. Pensar en como La muerte de Artemio Cruz acaba afirmando la propia muerte.
Morir (Synechdoche, New York: Toda muerte es la misma muerte. Las diferencias no importan porque todas las vidas son iguales en su individuación).

- Semblanzas del fin del mundo, capítulo XVII: Los pedantes.

1 comentario:

  1. Desvelando formas de ser pero sin llegar a desvelar el ser del tiempo que dice algo tras la forma de metáfora. En ese desplegamiento formal, se eleva el acto cómico y reflejo de la carcajada, tan grotesca como excéntrica, a punto de ser engendrada en un cuerpo agujeteado.

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