Saco la jeringuilla de un baúl.
Fascinado, me acerco la punta al ojo; emite un brillo extraño bajo
la luz verdosa. La giro a izquierda y a derecha. El brillo aparece y
desaparece, y observo que si la muevo muy rápido puedo lograr
separar el brillo de la punta y observarlo por sí solo. Sonrío, y
el espejo me enseña los dientes.
Camino bajo un cielo purpúreo. Mis
pisadas reverberan en los edificios de la calle, componiendo sonidos
que hacen pensar en oscuras películas de cine negro. Yo soy el
asesino, y sólo por ello llevo gabardina; mis manos, tensas,
asustadas, no se mueven de los bolsillos de mi arquetípica prenda.
Giro mi cabeza nerviosamente a un lado y a otro, temeroso,
aterrorizado ante la posibilidad de que no pase nada (estoy dando
vueltas y vueltas y vueltas pero son tan rápidas que es como si no
me moviera). Mis ojos de papel
maché, coloreados con los plastidecor de un niño de tres años, no
captan ni los detalles más básicos de la calle que me rodea. Mis
ojos de papel maché se quedan fijos en sí mismos y se tiñen de
púrpura (mis ojos conectan con mis oídos mis oídos con
mis manos mis manos con mi pene mi pene con mi boca).
Mi púrpura y el púrpura del cielo se dan la mano, fascinados por la
majestuosidad del otro (Soy una estrella en la eterna noche
de Van Gogh). I may be paranoid,
but not an android; this is a tale told by an idiot, full of sound
and fury, yet I shame to wear a heart so white (¡Desgajado!
¡El inglés es el otro entrando y ensuciándote! ¡Ven a mí,
constante calor del universo! ¡Ven e instálame en la eterna noche
de los tiempos!).
Rembrandt
no sabía nada, piensas al besar el David.
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