sábado, 25 de mayo de 2013

El saxofonista

La mirada del saxofonista se pierde. La situación le resulta incomprensible, pues el saxofón no está ahí.
"Yo aquí, saxofón ahí", se repite, confuso, mirando el saxofón, pero el saxofón no está ahí. El saxofón está allí, y nisiquiera allí.
Nervioso, deja caer el saxofón. Sonido hueco que reverbera, confundiendo los colores y trasladando el amarillo de la lámpara al rojo del techo y el rojo del techo al marrón de la puerta.
El saxofón empieza a adquirir un color propio.
El saxofonista se lleva las manos a los oídos, o los oídos a las manos, y escucha su propio acto de no escuchar, pero el sonido sale de sus oídos y sus manos no tienen más remedio que recibirlo y se lo lleva a la boca e intenta devorarlo para no volver a verlo oyéndose u oyéndole u oyéndose a sí mismo
se confunde porque el saxofón sigue ahí, tirado, erecto, gigantesco, pero no crece, amenazante, pero no amenaza, ruidoso, pero no suena, y parece que sus ojos ya son sólo saxofón y que el saxofón- el saxofón sigue ahí, siendo saxofón, totalmente idéntico a lo totalmente idéntico y sus contornos se separan y el color de la habitación sigue moviéndose y mezclándose y desplazándose pero el saxofón sigue ahí
querría ser sólo mandíbula para que mis dientes devoraran tu puto e insistente color amarillo

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